Ese contrato...
Dicen los ilustrados, porque ellos lo dicen, que todos, al vivir en sociedad, firmamos un "contrato social" por el cual aceptamos unas normas comunes para mantener la convivencia, progresar y no destruirnos los unos a los otros. Se dice que es un contrato que indirectamente hemos hecho entre todos, hemos firmado todos y que cuando uno lo incumple pues se le mira mal, va a la cárcel o se le lapida en plaza pública. Pero el caso es que yo, aun haciendo memoria, no recuerdo haber firmado nada.
Debió ser una noche que estuviera muy cansado. Sí, supongo. Creo recordar a Rosseau, al capitalismo, a un periodista y a dos guardias civiles levantándome a eso de las cuatro de la mañana diciendo cosas sobre un contrato. "¡Tenemos un contrato, un contrato!", gritaba Rosseau como loco. Entonces el capitalismo se puso a hablar conmigo (el periodista le iba traduciendo porque él hablaba un inglés muy raro) y a debatir sobre la propiedad privada, para asegurarse de que yo estaba de acuerdo en su concepción del reparto de la riqueza. Además el tío se centró mucho en que yo me fuera a sentir a gusto dentro de aquellos términos. "Que el contrato este no lo saco adelante si no lo aceptas, lo sabes ¿no?". Y claro, con el cansancio, con el miedo a que si no firmara esto fuera anarquía y caos y con la sensación curiosa que genera tener detrás del contrato a dos guardias civiles, pues firmé. Lo siento, lo siento por todos. Ya sé que ahora hay pueblos muriendo de hambre en el cuerno de África porque firmé y acepté el sistema con todo lo que acarreaba. Ya sé que hay explotación infantil en China e India porque no leí bien los términos y condiciones de uso del sistema. Y no puedo negar que si la democracia representativa española tiene unas carencias tan alarmantes sea porque en el fondo yo hice esa democracia y ahora no tengo más remedio que aceptarla y como mucho votar a partidos que prometan retocarla. Qué nochecita, la que lié.
Por lo que veo, la sensación a mi alrededor me hace sospechar que todos tuvieron una experiencia similar. Al menos todo occidente hemos firmado con conciencia y sin vergüenza aquel contrato, porque es lo que me dan a entender. Me dan a entender que la culpa de las injusticias la tiene la vida injusta que hemos elegido llevar. Porque el mundo se contamina consumiendo mucho, porque el hambre la trae que tiremos tanta comida que no comemos y porque el sistema se legitima con que alguien vaya a votar. Es debido a que entendemos que la revolución es para los libros de historia, para los países que aún no están en nuestro sistema y porque nuestro sistema es eterno. Es el fin de la historia para nosotros, en lo único que podemos progresar es desarrollar mejores móviles y videojuegos más fotorrealistas. Cabe la posibilidad de que alguien piense que este párrafo va cargado de ironía, pero no tiene la más mínima. Lo único que hay que matizar es que ni yo ni nadie elegimos este contrato. A nosotros tan solo se nos dio la posibilidad de aceptarlo.
Ni usted ni yo hemos firmado nada, ya puede mandar a Rosseau al carajo. Tampoco indirectamente, porque indirectamente no se puede elegir ni firmar nada. Miro al sistema y me pregunto: "¿hay algo artificial?" y me contesto: "todo". Miro de nuevo para preguntarme: "¿algo lo he elegido yo verdaderamente?" y contestar: "nada". Lo más cerca que estuve fue cuando delegué mi capacidad de elegir al votar a mi gobernante, al que elegiría por mí. Solo elegí a quién aceptaría de una lista más bien reducida, eso siempre y cuando haya tenido ocasión de votar. Las alternativas al sistema son neutralizadas porque si son violentas se desprestigian y porque si son pacificas se ignoran, porque no tienen la misma fuerza que las opciones que ofrece el sistema. Pero hay más preguntas. De las cosas que causan polémica, como la corrupción sistemática, las desigualdades económicas e injusticias en general ¿algo necesita la aceptación de la mayoría?. "Todo", entiendo yo, porque entiendo que si todos nos levantáramos organizados contra la injusticia, desaparecería (es un suponer). Y de esas injusticias ¿alguna tiene la aprobación de la mayoría?. "Ni una sola".
No he eligido un sistema que no me gusta...
No me han preguntado si lo quería así...
Me han hecho pensar que soy responsable de este sistema, cuando no lo soy...
Han intentado neutralizar las opciones de alternativa y ruptura corrompiéndolas, desprestigiándolas o ignorándolas...
Me siento raro o peligroso si digo que soy "antisistema", pero es que todos desean que cambie el sistema. Solo nos diferencia el conocimiento que tenemos de él y las maneras en que pensamos cambiarlo...
Se necesita nuestro consentimiento para perpetuar la ley. Sin este, la ley no es más que un papel que alguien te pide cumplir...
No me gusta esto y no tengo porque soportarlo...
Entonces ¿por qué sigo aquí?...
...
...
...
...
¡Revolución, carajo! Si no he firmado nada, si soy mayoría y si mi idea se revela como una más justa que la suya, entonces la legitimidad pertenece a mis ideas, no a las suyas. No si la mayoría decide que la ley no es válida.
A pesar de todo, mañana no cambiaremos el sistema. A pesar de que la posibilidad está ahí, mañana todo será igual. La sociedad carece de empoderamiento. No sabe de qué es capaz, no se siente soberana o cree que debe delegar la soberanía en otros porque así se lo han dicho. El Leviatán se defiende con garras y colmillos, reprime e ignora las opiniones peligrosas e individualiza a sus integrantes para que no sean conscientes de su fuerza. El empoderamiento viene con el conocimiento, tanto de la situación como de las vías de cambio, y el conocimiento viene con la difusión. Como yo tengo que suponer que no tengo razón, porque no puedo saber con certeza qué es verdad y qué no en este mundo, antes de difundir ideas tengo que estar dispuesto a contrastarlas y mejorarlas. No tengo que decir que las ideologías sean malas y que haya que eliminarlas, tampoco que todas deban convivir ignorándose pacíficamente unas a otras. Las ideas tienen que ser contrapuestas, tienen que aplicarse y después tiene que decidirse con qué partes de cada ideología debemos mantener. Eso, a parte, es solo es posible en democracia. Pero, para saber si estamos en democracia, miremos alrededor y preguntémonos: "¿las personas que tengo al lado saben que de ellos emana el poder?", "¿se lo creerían si se lo dijera?", "¿lo creo yo, acaso?". Las respuestas no dan mucho lugar a la esperanza.
Sin embargo, creo que hay algo que nos permite soñar con el cambio. En el mundo en que nos organizamos existen sistemas y sociedades y ambos tienden siempre a la estabilidad. Los sistemas quieren ser estables para perpetuarse en el poder. Las sociedades quieren ser estables para desarrollar su vida pacíficamente, porque no le gustan demasiado las inseguridades que trae cualquier cambio. No obstante, los sistemas tienden a la estabilidad propia hasta el punto de generar inestabilidad en las sociedades. Y, a largo plazo, las sociedades acumulan tanta inestabilidad que cuando se dan cuenta de que han perdido la estabilidad por la que resistían, se revolucionan e imponen un nuevo sistema en el poder. En el momento de la revolución, todo tiende a la inestabilidad, nada es seguro ni estable y las sociedades tendrán poco en cuenta su estabilidad a la hora de decidir si aceptar al nuevo sistema o sustituirlo por uno nuevo, hasta que vuelve la calma. El proceso se repetirá una y otra vez hasta llegar a un punto en que un sistema mantenga a la sociedad en el poder de forma sincera. Cuando la sociedad sea y sepa que es responsable de lo que ocurre en el mundo, no tendrá sentido soportar inestabilidades ni revolucionarse contra el propio sistema.
Sin embargo, creo que hay algo que nos permite soñar con el cambio. En el mundo en que nos organizamos existen sistemas y sociedades y ambos tienden siempre a la estabilidad. Los sistemas quieren ser estables para perpetuarse en el poder. Las sociedades quieren ser estables para desarrollar su vida pacíficamente, porque no le gustan demasiado las inseguridades que trae cualquier cambio. No obstante, los sistemas tienden a la estabilidad propia hasta el punto de generar inestabilidad en las sociedades. Y, a largo plazo, las sociedades acumulan tanta inestabilidad que cuando se dan cuenta de que han perdido la estabilidad por la que resistían, se revolucionan e imponen un nuevo sistema en el poder. En el momento de la revolución, todo tiende a la inestabilidad, nada es seguro ni estable y las sociedades tendrán poco en cuenta su estabilidad a la hora de decidir si aceptar al nuevo sistema o sustituirlo por uno nuevo, hasta que vuelve la calma. El proceso se repetirá una y otra vez hasta llegar a un punto en que un sistema mantenga a la sociedad en el poder de forma sincera. Cuando la sociedad sea y sepa que es responsable de lo que ocurre en el mundo, no tendrá sentido soportar inestabilidades ni revolucionarse contra el propio sistema.
En conclusión, la ley no vale si no lo aceptamos. En estos momentos, nos falta soberanía, nos falta conocimiento y nos falla la voluntad de resolver un problema si la ley o la costumbre nos lo impide. Pero sea larga o corta, violenta o pacífica, cercana o lejana, legal o ilegal, (y Dios quiera que sea pacífica, corta y cercana) la revolución es una certeza.
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