La isla de las tentaciones, alerta de nuestro vacío
" - Tiene usted las pasiones del pueblo, brutales y como un canto sin labrar [- dijo Guillermina a Fortunata.]
Así era la verdad, porque el pueblo, en nuestras sociedades, conserva los sentimientos y las ideas elementales en su tosca plenitud, como la cantera contiene el mármol, materia de la forma. El pueblo posee las verdades grandes y en bloque, y a él acude la civilización conforme se le van gastando las menudas de que vive."
- Benito Pérez Galdós, Fortunata y Jacinta.
Han reestrenado con prometido éxito el programa de televisión "La isla de las tentaciones", un programa más de realidad exagerada. Uno de tantos escenarios donde las contradicciones de la vida cotidiana se somete a presiones calculadas para dar a luz revoluciones cotidianas (ahora cortarás con tu pareja, ahora el jefe te dará la baja por maternidad, ahora te tunearán el coche). No escribo para criticar el programa, que a mí me parece muy divertido. Ni tampoco sobre lo que dice de nuestra sociedad el que lo veamos, porque esa clase de reflexiones son ya una ordinariez. Lo que me inquieta es el discurso que invade a los participantes, el que se ha diseminado desde hace años entre nosotros.
Las parejas del programa se plantan frente a una cámara/confesorio y dicen sin pestañear que van a intentar cosas nuevas, que se van a dejar llevar y a seguir creciendo en esta gran aventura. Y todo el país sabe que están anunciando que van a dar al traste con relaciones de años para beneficiarse a tal o cuál supersoldado del sexo de los que tienen contratados Mediaset como tentadores. Porque cualquier cosa cabe dicha en palabras vacías. Hablan como si no importara, como se habla de que uno va a cocinar espaguetis en vez de ensalada. Y no me refiero a que sean gente simplona o vulgar (que no lo son), ni a que sean el triunfo del neoliberalismo individualista (que lo son). Eso que aterra al espectador es que lo que hacen no es natural, pero que quieren hacerlo pasar como tal.
¿Qué habría que decir? ¿Cuáles son las frases hechas recurrentes para ponerle los cuernos a tus parejas? Pues por lo general son los insultos, son las alusiones a los defectos y los trapos sucios. Si uno está frente a la cámara y no se puede dejar llevar por las bajezas, debería de poder acudir a la verdad, a la sinceridad embrutecida de la que habla Galdós. "Estoy harta, lo tiro todo, lo rompo todo, voy a liarme con este o aquel". Pero allí, imbuidos de cordialidad, la gente cae en esta cháchara sobre la nada. "Ahora estoy sintiendo cosas, ¿sabes? Y yo quiero ver también a dónde me lleva esta nueva opción que se ha abierto y no cerrarme, sino ser consciente de que a lo mejor, oye, si estoy sintiendo es por algo". Pero, y bien, digamos nosotros, ¿qué es lo que respondemos cuando nos preguntan en una entrevista de trabajo 'dónde nos vemos en cinco años'? ¿Y cuando el jefe nos pregunta si estamos motivados?
Contestamos también con estas frases largas, innecesarias, copiadas, hechas exclusivamente de lugares comunes casi siempre traducidos del inglés y las más de las veces sin traducir del todo. La respuesta real es "¿Y qué puedo saber yo sobre qué estaré haciendo en cinco años, si hace uno no existía el coronavirus? ¿Y qué tendré que ver yo con la motivación que tengo?"; y en cualquier caso la respuesta correcta es la que requiere pensarse un poco, "Pues espero verme en un sitio más estable y más feliz del que estoy ahora, porque bastante falta me hace". Y sin embargo estamos cayendo, caemos todos los días en un nuevo idioma del vacío, donde el objetivo es no decir nada el mayor tiempo posible; es soportar, con tono optimista, un discurso memorizado para evitar tener que confrontar la realidad con palabras.
Así es en la Isla de las tentaciones, así es el mundo empresarial (fuente primera de esta jerga) y así es cada vez más la vida de muchos, un lenguaje cobarde, diseñado para esconder aquello en lo que ya no hace falta pensar.
En contra de la Isla quiero señalar que están los que exponen infieles. Mucho hace que pasó de moda, pero la serie youtubera mexicana Exponiendo infieles no era así. El concepto era el mismo, solo que los pecadores ya estaban pecados. Y las reacciones eran auténticas, humanas, empatizables. No parecía que fuera a rellenarse un formulario de parte amistoso para separarse sino que se rompían móviles, se hablaban de tú a tú y, por encima de todo, usaban el español habitual que todos conocemos. El mismo que nos une con Cervantes, con Borges, con Márquez y con Galdós y nos proyecta hacia un futuro en el que seguimos siendo algo que éramos, en donde tenemos personalidad. Seguramente hago alertas abstractas, pero tengo que rematar advirtiendo que, o volvemos a hablar como nosotros, o nos encontraremos con que hablar ya no sirva para nada.
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