Bibliotecas

¿Sabe la gente que está ya suscrita a la mayor y mejor alimentada plataforma de streaming del mundo? ¿Sabe que tiene desde hace décadas acceso a un catálogo mayor que el de Netflix, HBO, Movistar+, Amazon Prime, Vodafone o cualquier otro, y aún todos ellos combinados? Y si no lo sabe, y por tanto no sabe qué es una biblioteca, ¿por qué no lo sabe?

Ya en una biblioteca hay contenido para hacer temblar al puñado de pocas y cambiantes películas de estas plataformas, pero es que cualquiera con su carnet puede acceder no a una sino a todas las bibliotecas de su comunidad autónoma. Cualquiera de nosotros estamos tentados de pensar que las biblios tan solo tienen libros (tan solo), que no compiten con las superproducciones audiovisuales por las que muchos pagamos, pero esta no es la verdad. En las estanterías de estos antiguos edificios descansan películas, nuevas y clásicas, además de cómics, periódicos y revistas de todo tipo. No solo hay de todo, sino que lo hay igual de rápido que en cualquier otra página web, porque las bibliotecas también están en páginas web e incluso se puede solicitar sus préstamos por esta vía tan rápido como encontramos la última serie de HBO. Solo que no es el mismo tiempo, en HBO tenemos que pasar un minuto o dos pagando antes de entrar.

Lo cierto es que no son tanto las virtudes de estas casas de la cultura como los vicios de las plataformas online los que decantan la balanza. Recientemente el director ejecutivo de Netflix, Reed Hastings, confesó que el usuario medio ocupa 45 horas año simplemente en el menú de opciones, decidiéndose por qué puede ver. Dos días robados, que se pasan tan solo bajando por demasiadas posibilidades, ninguna tan seductora, ninguna tan convincente. Se trata de la copia advenediza precisamente del sistema de organización de las bibliotecas. Pero en lugar de categorías inteligibles como "Ciencia Ficción" o "Geografía", solo estados de ánimo como "Para ver en familia" o "Aclamadas por la crítica" como si esas situaciones no debieran cruzarse. Finalmente, unos cuantos algoritmos de promoción, de historial y categorías demográficas encaminan al público hacia tal o cual película o serie. De esta manera nos aseguramos, por ejemplo, de que una niña vea series hechas para niñas o un americano no se encuentre con películas extranjeras, que nadie cruce su línea ni husmee en las imágenes que podrían salir de sus esquemas. Lo que hacen bien todas estas plataformas es su propaganda. Donde siempre triunfan es en aparecer en conversaciones sobre qué hemos visto últimamente.

¿Y la solución? ¿Es acaso la educación o la concienciación, manoseadas recetas españolas cuando se trata de proponer remedios? No, es en realidad cerrar el ordenador e ir a la biblioteca a por un libro o dos y contárselo después a los amigos. No hay grandes misterios en la diversión de los libros, pese a que todos creemos lo contrario. Los libros ya son divertidos, sin concienciación necesaria. Si a uno no le entretiene un libro es seguro porque debe buscarse otro. Cualquiera que lea y que anime a sus seres queridos a leerse lo mismo está abriendo el camino entre el pueblo y la cultura. No es que sea parecido a lo que hacemos con las series, es que es exactamente eso: consumir y compartir, disfrutar y poner de moda.

Las bibliotecas no son grandes desconocidas, son grandes ignoradas. Acudimos a ellas a menudo: a estudiar, a por un libro que mandaron en clase o a por wifi gratis, pero nunca a por lo mejor que tienen. No son estas palabras un intento de ensalzar estos edificios, ni de reprochar nada. Esto es una simple llamada de atención sobre el mejor pasatiempos que tenemos a mano, quizás con el que más crecemos como personas, y que sin embargo no vemos.

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