El confundido hombre normal

"El que no es comunista a los 20 no tiene corazón, y el que no es conservador a los 40 no tiene cerebro"

No sé si esta perla nos la dejó Willy Brandt, Winston Churchill (que ha dicho la mitad de las citas célebres del planeta) o algún otro, pero es una de las frases más tristes que tiene el mundo de las citas, o eso opino yo con diecisiete años.



He conocido a numerosa gente de izquierdas angustiada por el hecho de no ser obrero, de no ser de origen humilde, que hace que se cuestionen cuál debería ser su ideología. Una tontería inversamente proporcional a pensar que cuanto más rico eres mayor honor tienes. Esta gente, perteneciente a la clase media o media alta, revindica de vez en cuando sus diferencias con los del escalón superior, se hacen distinguir, critican con firmeza y van tanto o más a las huelgas y sindicatos como cualquier otro. Es así porque, en realidad, es el hombre quien elige su ideología, aunque más tarde acabe dejándose aconsejar. Y el joven de izquierdas puede que al crecer, con trabajo serio y familia exigente, empiece a pensar que ya no le toca pensar en tonterías y utopías, sino más bien en gente que proteja a las empresas y a lo que de verdad importa. Y ahí es donde uno recurre a esta clase de citas, para poder justificar un movimiento que, en realidad, ellos han elegido. Aunque cueste creerlo, en realidad, somos libres, hasta sus últimas consecuencias.

Existe la creencia de que el dinero es indeclinable. Nadie puede renunciar a recibir una buena cantidad de dinero. Aquel que diga lo contrario quizá sea un idealista utópico o quizá alguien que aún no tiene una buena cantidad de dinero. De esta creencia se deriva la falta de voluntad al recibir un empleo denigrante, un trabajo que a nadie le guste, un soborno. Aunque serían más felices, sin saberlo ellos, si perdieran menos tiempo en ganar dinero.

No intento frivolizar, sé que hay gente que no puede decir que no al dinero, pero yo no hablo de esos casos, donde sí hay verdadera necesidad. Yo hablo de un futbolista de segunda división que renuncia al equipo de su vida (con un sueldo estable) por estar ganando millones en un equipo al que no respeta y donde el trato sea más frío. Hablo del trabajador digno ascendido a empresario esclavizado que no desea trabajar todas esas horas pero que las acepta pensando que quiere ser más rico en lugar de pasar más tiempo haciendo lo que a él le guste. Hablo de un político con principios que, al ver la corrupción generalizada en su partido, renuncia a ellos como si fueran un obstáculo y acepta pagos en negro a cambio de favores porque cree que eso es lo que quiere. En un mundo donde el dinero tiene esa autoridad, más autoridad que la voluntad, que la felicidad o que la esperanza ¿Qué cabe esperar de un mundo así?

El dinero está para conseguir otras cosas, no para respetarlo, obedecerlo y lucharlo. Y debido a que tantos piensan que es al revés y que otra postura sería de un ridículo idealista, buscamos que sean los políticos los que mejoren el mundo, no nosotros, que preferimos ganar dinero.

En el mundo político encontramos dos grandes tendencias: los que quieren cambiar las cosas y los que quieren dejarlas como están. Pero eso del espíritu de partido y la necesidad de ser elegido ha dado como resultado que los políticos se esfuercen más en aparentar su ideología y en ridiculizar a sus rivales que en hacer un mundo mejor, que es para lo que los habíamos votado.

Está la gente que quiere dejar las cosas como están, o como estaban hace un rato antes de que llegaran aquellos idiotas y montaran la que tenemos montada. La derecha. (Una parte de) la derecha tiene la extraordinaria capacidad de ignorar cualquier opinión ajena a nada que ellos hayan dicho antes. Y aunque a veces dicen cosas interesantes sobre cosas que no hace falta cambiar, de vez en cuando tienen esas ideas casi medievales de privilegiados y abandonados. Y si el partido, o padre, o el cura, o el alcalde, dice algo hay que defenderlo hasta el final, porque es la verdad.

Al otro lado del espectro político, están la gente que quiere cambiar todas las cosas para ver si arreglan la que llevan montada todos esos idiotas que tanto se arrastran en el poder. La izquierda. (Otra parte de) la izquierda tiene la habilidad de despreciar la opinión que no sea tan idéntica a la suya como solo lo es la de sus amigos, o sus músicos o sus ídolos. Y detrás de las simpáticas y razonables ideas de progreso también asoman las de utopías, las de aniquilación de cualquiera que defienda su patrimonio y esas que piden la destrucción de la ley con demasiada fe en el ser humano. Y el que diga o haga algo contrario es un señorito o un esclavo estúpido, y no tiene cabida en el mañana comunista.

La política consiste en la elección entre ser un idiota de los de antes, o un idiota que no soporte al resto de idiotas.

Y en medio de todos estos espectros, estamos todos, asustados, porque aún no hemos elegido quien porta la verdad ¿No era que todos buscaban un mañana mejor? ¿Por qué hay pelea?

Yo creo que un hombre razonable se situará siempre con aquellos que busquen crear un mundo mejor. Todos queremos ser felices y sentirnos seguros, y todos, en principio, empatizamos si otros se sienten igual, así que apoyaremos a los que busquen crear un mundo feliz y seguro, lo cual será dicho a veces por la izquierda y a veces por la derecha. Aunque tú pensaras que solo lo decía un lado. Aquí entra el debate, que bien se merece otra entrada. Normalmente cuando debatimos intentamos convencer al resto de que nuestras ideas son la verdad, no intentamos comparar, fusionar o aceptar las ideas del rival. Nadie pierde el tiempo en eso. Nadie piensa que esta mintiendo o que no sabe de lo que habla. Si fuera de otra manera, miraríamos con admiración al político, el progreso y la estabilidad estarían unidos por el respeto y la humanidad dejaría de "perder el tiempo". Cualquiera diría tranquilo: "Tengo un hermano en el PSOE" o "Estoy en contra del aborto" sin miedo a lo que prejuzguen de él. Tan solo si se estuviera menos en el insulto y más en la aportación, tan solo si nos escucháramos, el mundo iría hacia delante (en lugar de a la derecha o a la izquierda) sin que nada pudiera detenerlo.

Por esto me gusta la política, pero no me gustan los políticos.

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