Fe en la tierra del veneno (Parte II)

Fe apareció en la decimoquinta planta sola, se acercó al suicida y la mirada que esté le devolvió le hizo saber que nunca tendría seguro su triunfo; casi había olvidado la vida asegurada. Yo mismo le dije que no valía la pena subir por alguien así. "Un suicida - me dijo ella - es solo alguien a quien se le ha amontonado la tristeza que cotidianamente solemos distribuirnos mejor los demás. Salvar a este hombre es salvar a muchos de nosotros". Su diálogo con él empezó de frente, predecible:

- No lo hagas - sentenció ella -. Si dudas es porque no quieres hacerlo.
- Quiero hacerlo, solo estoy contemplando mi vida antes de morirme.

Quince ventanas más abajo, en el suelo, unos pocos nos habíamos congregado, deseando que Fe convenciera al insensato. No se distinguía apenas nada, solo podíamos esperar a que ambos desapareciesen de la cornisa. Arriba, la mujer del planeta sin dolor comenzaba a poner en práctica lo aprendido.

- ¿Por qué querrías morir?
- Necesito descansar. Necesito terminar mis preocupaciones, necesito olvidar a la gente que me odia y necesito... Toda mi vida es un fracaso tras otro, muertes de seres queridos, traiciones de gente que quería, expectativas que fracasaron... yo no valgo para vivir ¡No quiero vivir!
- ¿Nada te ata a este mundo?
- Lo que me hace feliz nunca ha sido suficiente. Necesito morir pronto. La gente a la que dejo atrás sabe que... Les quiero pero no es suficiente. No sé si me merezco esto pero no lo quiero.
- ¿No has tenido recuerdos felices que lo compensen?
- Claro...
- Antes de cada traición debió haber amor. Antes de cada frustración una esperanza.
- Sí, pero ya pasaron, ya no tienen nada que aportarme.
- Imagina que no fueses a suicidarte ¿Querrías que el momento más feliz de tu vida fuera ya un recuerdo o algo por venir?
- Pues... Eso da igual, mi vida ya ha acabado... Pero lógicamente preferiría que estuviera aun por llegar.
- Claro. Lo desearías por llegar aunque hubieses vivido las cosas más felices, porque siempre querrías ser más feliz. Esa idea haría irrelevante lo feliz que hayas sido en el pasado, si siempre preferirías que tu momento de mayor plenitud estuviese por llegar. Si pudieras elegirla - cosa que en ocasiones se te permite - la alegría te sería algo indiferente. Incluso si hablamos de cualquier tipo de gozo: ya sea la fugaz y deplorable sobredosis de alguna droga o la noble y larga crianza de un hijo. Si pudiésemos, muchos elegiríamos ser felices siempre al máximo nivel.
- ¿Qué quieres decir con todo esto? No puedo elegir mi felicidad... solo me han dejado elegir mi muerte, a diferencia de a otros.
- Entiendo que la vida resulta insatisfactoria. La muerte, por otro lado, no lo es, aunque no te satisfará de ningún modo.
- Me dará paz.
- No te dará nada. Te quitará hasta la última de tus posesiones. Tus emociones, los propósitos que te movían, tus creencias, las reacciones que tienes de alegría y tristeza a todas las cosas de tu vida; perderás incluso los recuerdos que no recuerdas, pero que también te hacen quién eres. Perderás incluso el legado que dejes tras de ti, que perdurará para los vivos pero no para ti por más que quisieses consolarte en él. Pero nada de esto te preocupará entonces. No habrá nada en ti, ni resentimientos, ni alegrías, ni arrepentimientos; nada. Es un final inevitable que tu puedes acelerar con este salto...
- ¡Entonces salto!



El suicida hizo un amago con un salto que le dejó sentado en una delgada fila de ladrillos, sujeto por las manos y el trasero. Sudaba, miraba a todos lados, impaciente. Deseaba que Fe terminase pronto su charla.

- No lo has entendido. Puedes acelerar ese final con este salto, pero da igual. Da igual porque cuando estés muerto lo mucho que hayas sufrido o gozado dará igual infinitamente. Y nada hay más parecido a la nada que el infinito.
- Eso no tiene sentido. Si me mato dejo de sufrir, eso es todo lo que quiero.
- Mueres sabiendo que es irrelevante lo mucho o poco que sufras. Mueres sabiendo que de igual forma que puedes sufrir, puedes ser feliz en lo que te queda. Lo que sientas tendrá siempre un final, por eso es vida, si fuese infinito sentirías esa vacuidad propia de la muerte.
- Hablas de una forma extraña... Me voy a tirar.
- La ignorancia no te salvará. Nunca lo ha hecho.
- La ignorancia es la felicidad.
- Falso. Hasta el más ignorante se hace preguntas. No saber es solo prologar la angustia de necesitar una respuesta y no obtenerla. No pensar en ello es solo posponerlo - Fe dejó de hablar un instante, él la miraba fijamente -. No lo estás entendiendo, a los muertos tampoco les importa estar vivos. Ni si sus vidas fueron felices, si vivieron cosas buenas o malas, si las aprovecharon o valoraron. Ni tan siquiera si fueron ellos justos con los demás cuando vivían. Todos duermen igual de quietos más allá.
- ¿Entonces por qué no tirarme?
- Puedes hacerlo, desde la óptica de la muerte, la que te he explicado hasta ahora, que hace vernos como algo sin sentido en un infinito sin propósito. Pero está la óptica de la vida. La vida, el desordenado paréntesis en el que sucedemos nosotros y todo lo que nos rodea, tiene su propia forma de entenderse. Implica que sucedan cosas, que las cosas importen, que haya valores. Cuando no pensamos en la muerte sí es importante que nuestra comida esté rica, conseguir el amor de la persona que amamos, ganar una discusión o dejar de sufrir por las tragedias que nos afligen. En un combate entre estas ópticas, la de la muerte no puede tocar a la de la vida porque nada le movería a hacerlo. Por eso deseamos vivir, porque nada hace deseable el fin de nuestras vidas, aunque este quizás tampoco deba ser indeseable. Que se nos mezclen las gafas es natural, nadie nos indica cómo sucede nada de esto.

Por primera vez el hombre dejó de mirarla. Se recogió todo lo que el espacio donde se apoyaba le permitía y miró al infinito. Estaba masticando lo que Fe acababa de decirle. Nosotros desde abajo, no quitábamos atención. Era una prueba para la visitante a nuestro mundo; nuestras esperanzas estaban en su victoria. Pasó un buen rato hasta que ella retomó la palabra:

- En mi planeta, dedicamos cuatro horas a agradecer la vida. Lo hacemos para recordar nuestra felicidad. La apreciamos, nos damos cuenta de cómo ella está en nuestras vidas y la volvemos a guardar para el día siguiente. Todos los días nos hacemos conscientes de lo felices que somos. Aquí nunca tendríamos tiempo para eso, sería difícil hacerlo cuando nuestra vida nos disgusta o no nos satisface. Este mundo me ha cambiado a mí también, como el mío me cambió cuando nací yo. El sufrir me ha desarrollado los sentidos. Me ha hecho ver las cosas buenas, no como algo que agradezca por sí mismas, sino algo que agradezco porque no es malo. He soportado el dolor y de esto concluyo que si esta ha de ser nuestra vida ahora, sea así. Soporto vivir en un mundo que me hace saber que existen dolores que quizás no pueda soportar. Y vivo porque puedo ser feliz y porque cuando muera no importará si lo he sido o si no. En mi planeta la vida es un regalo por el que no se nos pide más que el mantenimiento de la propia vida. Aquí también es así, pero es un regalo envenenado. Vivís sin saber si no atravesaréis tantas penas que no valgan el esfuerzo de vivirlas. Sin embargo es mejor vivir. Siempre. Es mejor buscar felicidad en un regalo que renunciar a tanto solo por el infinito.

El suicida comenzó a llorar, Fe derramó entonces lágrimas también. Ahí abajo, nosotros, vimos finalmente que era hora de volver a casa. Mañana sería otro día: único, fugaz, irrepetible.

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