Fe en la tierra del veneno (Parte I)

En este planeta no existe el dolor. En esta dimensión las cosas ocurren siempre de la forma que se preveía. Con un porvenir justo asegurado, la posibilidad del dolor es cero. Sus habitantes -apenas unos cien millones en una esfera tres veces menor que la Tierra- suelen pararse a contemplar la existencia a menudo. Su vida transcurre de forma pacífica entre cuatro espacios cotidianos. Duermen, unas ocho horas, trabajan unas seis horas, interactúan los unos con los otros comentando sus experiencias que se repiten durante los días (durante otras seis horas) y las últimas cuatro suelen apartarse para simplemente ser conscientes de la vida hermosa que viven. Se alejan en solitario a las montañas, a los ríos, a la copa de algún árbol los más ágiles o a las terrazas de su ciudad los que se quedan solos. Pierden la mirada y lo único que atraviesa su pensamiento es su felicidad. Además se trata de una felicidad en extremo tranquila, nada les excita ni les perturba. Son cuatro horas de pausa, de agradecimiento - a nada en particular, no necesitan ningún dios que les asegure el bienestar - y poder observar todos los días un éxito discreto de sus vidas.

Cuando descansan, todos lo hacen al unísono, nadie molesta a los demás y su sueño es el que debe ser. Cuando trabajan, todos cumplen su deber y reciben lo pactado, sin falta, sin trampa, sin espera, sin chantaje. Nadie sufre en su ocupación, nadie se siente particularmente aburrido ni envidia ninguna otra - dedican cuatro horas al día no a apreciarla sino a agradecerla -. Cuando interactúan, jamás se mienten, ni se ignoran, ni hablan unos encima de otros. Tampoco interpretan nada que no puedan interpretar todos. Todos se comprenden, se estiman y se prometen leal apoyo si alguna vez lo requieren. Y durante las cuatro horas finales de su día, sentados habitualmente, sin sentir siquiera en aire que les da en la cara, piensan en la gran fortuna que tienen de conocer la vida.



La muerte es para ellos algo que entraba también dentro de lo previsible, como en la nuestra. Suceda como y cuando suceda es vista como un final inevitable a una vida por la que daban las gracias. Nunca hay desgracias, ni desamores, ni matanzas, nadie denota injusticia en sus destinos. Es una vida hermosa; sin veneno.

Jamás desean una vida con más aventura o vaivén, ya que no la conocen. No hay historias en este planeta, nada las genera y nadie las espera. No existen las enfermedades ni las catástrofes. Es un planeta muerto en vida para nosotros, pero nosotros seríamos un planeta viviendo contra la muerte para ellos. No odian la diversidad; nunca han tenido que aceptarla. Una mujer de ese planeta vino al nuestro, a sabiendas de que no podría volver para no traer nada que rompiera para siempre la previsibilidad de su universo.

Al llegar el clima era más caluroso del que jamás sintió. Ella creía desfallecer y necesitó apoyarse con las paredes, esperando agachada a que la salvásemos. Su idioma parecía incomprensible en un primer momento, pero fue fácil percatarnos de su simpleza. Además, para todos los términos nuevos empleo nuestras palabras. Y todas las cosas que podían implicar dolor las mentaba en nuestra lengua. Cuando acepto el dolor del calor, preguntó por qué raspaba el suelo, luego por qué estaban tan lejos unas casas de otras, luego por qué vestíamos tantas ropas, y así hasta el infinito. Terminó preguntando por qué vivíamos así y le contestamos que nuestra existencia era una carrera contra aquello que nos hacía sufrir. En esta carrera construíamos ciudades, pedíamos ayuda espiritual, e inventábamos herramientas que derrotasen nuestros demonios. Pero nuestras soluciones se volvían contra nosotros, los problemas se sofisticaban, se empequeñecían pero nuestra sensibilidad engrandecía. Ella nos dijo que conocer la vida sin dolor le hacía sufrir más, pero se apiadaba de nosotros por no conocerla. No importaba el tamaño de nuestro sufrir tanto como el hecho de tener que lidiar con el dolor lo que la apenaba.

Nos pidió un nombre para ella, un bautismo en su nuevo mundo. Discutimos mucho si llamarla Eva, pero no representaba tanto un principio sino algo nuevo simplemente para nosotros. Muchos abogaron por llamarla Dolores, pero si en su alma ella era la única que conocía un mundo sin dolor era la que menos lo merecía. Su nombre fue Fe. Diez años después debía volver a enseñarnos.

Tú alumbras mi vida y allanas el terreno.
Quisiera cambiarnos los roles y no puedo.
La vida es hermosa, no entiendo el veneno, 
no quiero, 
te quiero… - Dellafuente

https://es.wikipedia.org/wiki/Isla_Sentinel_del_Norte

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