El realista
Su mirada estaba perdida al ver como los hielos bailaban al compás de la pajita que los mecía en su cubata. Pero su cabeza estaba en muchos lugares ese sábado, fuera como fuera. Se apoyaba contra el descapotable abierto del Seat León de un desconocido que disfrutaba implantando en este pegatinas tribales y luces de colores llamativos. En el maletero rugían sin que a nadie le importara dos torres de altavoz por los que se podía disfrutar de una música que, sin saber nadie a su autor, al disco que completaba, al género que pertenecía o el mismo nombre de la canción, todos conocían. Sabían qué sonido iba detrás, sabían qué debían gesticular para fingir un dominio medio del inglés simplón de aquellas canciones. Y a pesar de tener al lado el mayor estruendo, que bloqueaba su concentración y picoteaba sus tímpanos, estaban quietos, casi melancólicos. La más animada era capaz de doblar las rodillas y mover los brazos como si fuera la balada más romántica de Elvis Presley lo que sonaba. Pero no, la "tracklist" la componía un péndulo que iba al dubstep más radical y luego volvía al reggaeton electrónico más absurdo. Música animada, nadie lo negará.
Él estaba pensando siempre en lo mismo, que no le gustaba aquel lugar. Tampoco aquel sábado le gustaba, pero siempre iba, siempre se emborrachaba y siempre lo disfrutaba. Sus opiniones se alimentaban unas a otras. A pesar de que no las recuerdo bien ahora, tenían cierto nivel. Analizaba el problema, se cebaba en el problema, todo giraba en torno al problema o, en cualquier caso, a los problemas que surgían de su solución. A parte, solía decir: "la gente que viene aquí es idiota, honestamente", "vaya mierda de aspiraciones tienen en la vida, la verdad" o "es que por la puta sociedad y cómo es estamos como estamos". Y todas eran tan parecidas que a sus amigos no les molestaba demasiado el repetitivo sonido de su voz, la música les permitía oírle sin atenderle. Ya le conocían, era el realista.
Tenía su barba de tres días y el pelo peinado sin mucho ahínco, aunque peinado. Pero su mirada se clavaba en los ojos de todo aquel que osara contradecirle. A nadie le causaban mucha simpatía sus argumentos repetitivos y agobiantes, pero la mayoría prefería ignorarlo "porque es un coñazo". Pero lo cierto es que temían discutir con el realista porque lo hacía muy bien. Tenía como objetivo la aniquilación absoluta de cualquier opinión disidente mediante el dialogo guerrero. Nadie le tosía excepto dos personas en el grupo: el utópico y la intelectual. El utópico no podía evitar soltar su idea, siempre nueva, siempre por perfeccionar, siempre criticable. La intelectual, por otro lado, era la representación humana de la palabra "prudencia". Era tan prudente que aunque nunca daba un paso sin meditarlo, nunca se quedaba quieta ante un problema
Y luego estaban el resto: los indiferentes. Gente que se aceptaba a sí misma, simplemente. El realista les veía como otro problema, el utópico como inocentes y la intelectual pensaba que eran ingenuos e ingenuas. Cierto filósofo habría dicho de ellos que no son más que "hombres-masa", gente que no se escandaliza ni se preocupa lo más mínimo ante su mediocridad, que no desea nada más que "ir tirando", el mayor exponente de nuestro tiempo. Entre ellos los llamaban "amigos". Los indiferentes sabían que las cosas malas pasaban, pero ni las denunciaban como el realista ni se inventaban soluciones como el utópico. Vivían parcialmente apartados de toda esa angustia. A veces se decían a sí mismos que otro lo arreglaría y a veces que no había nada que hacer. En ellos estaba la clave:
- Pues lo estoy pensando y... - dijo el utópico, tímidamente, como hacía cualquier sábado por la noche, cuando aprovechaba para exponer sus reflexiones más profundas - ...y el problema de los inmigrantes es más sencillo de lo que parece...
Casi nadie le escuchó, todos siguieron hablando sobre el nuevo temazo musical en alza, sobre los ligues más recientes y sobre la pelea que había revolucionado el final de un partido en el barrio anteayer. El realista, que lo tenía "tan calaíto", como él decía, fingió no haberle escuchado pero se quedó atento. La intelectual, interesada y compasiva con el pequeño vacío que siempre le hacían cuando sacaba un tema parecido, acabó diciendo:
- ¿Qué piensas, utópico?
- A ver, el problema es básicamente que no nos mola aceptar inmigrantes mientras haya necesidad en nuestro país ¿no?
- Supongo, tampoco lo he pensado tanto como querría ahora mismo
- Da igual, intelectual, el caso: que no queremos dar mientras no tengamos - Poco a poco, algunos de los indiferentes clavaron su oreja en la conversación, siempre a la distancia, siempre conscientes de que aquel no era su tema -. Así que se crea tensión, los inmigrantes se marginan, todos se pelean y hasta llegamos a las manos
- Claro, todos nos acordamos de cómo se insultaron en la pelea de anteayer al equipo de los colombianos y al equipo de chavales del barrio - la intelectual, que no era llamada así por nada, captó la atención de los indiferentes hablando de lo que a ellos les interesaba -.
- ¡Sí - dijo un indiferente -, se llamaban "sudacas" y "nazis" los unos a los otros! Fue to cebao. Yo me cagué
- Si ejque - dijo otro indiferente - son unos notas los dos equipos, no me jodas. Taba clarísimo que se liarían a hostias.
- Pues eso - recondujo el utópico - la cosa está fatal. Pero si se organizaran actividades que no... como que no enfrentaran a unos con otros ¿Lo pilláis?
- Sí
- Más o menos
- Como que fueran actividades para que trabajaramos más en equipo. Y si se aseguraran de que los inmigrantes fueran más como gente de este país. O sea, que cuando ellos tuvieran trabajo no pensáramos que se lo han dado a alguien como en plan malo, sino que se lo han dado a una persona como que convive con nosotros y ya está. O sea, que no se pensara que nos quitan el trabajo, sino que simplemente lo cogen. Y además se les integrara más con programas y tal para que no se aislaran porque ahí como que se generan todos los malos rollos.
- Claro
- Claro - Repitieron un par de indiferentes
- Bueno... - dijo la intelectual, que no se pronunciaba tan rápido a favor de la idea.
- Utópico - irrumpió el realista entre la acelerada euforia -, eso que dices suena muy bien, pero me parece una mierda, la verdad.
- ¿Por?
- Mira. Pa' empezar nadie quiere dar su trabajo a otra gente porque no. Y como no nos da la gana porque hay que alimentar familias como sea pues no vamos a compartir con nadie. Y ya nos inventaremos lo que sea para echar a los que nos pidan algo aunque seamos unos racistas, nos la va a sudar porque hay que sobrevivir. Y sobrevivir va antes de la compasión, siempre. Y dudo mucho que todos los inmigrantes se quieran integrar en todos esos programas.
- ¡Pero no es compasión! Tú no le quitas el trabajo a tu vecino porque ¡joder! es tu vecino. La cosa es que veas al otro como vecino - se defendió el utópico-.
- Pero, en parte, tiene razón, utópico - dijo la intelectual, condenándole sin saberlo -. Muchos inmigrantes pueden no querer integrarse y veo muy difícil eso de aceptar al inmigrante como a otro vecino más. Además la crisis podría hacernos dudar incluso de si podemos respetar el trabajo de nuestro vecino.
- Pues eso, macho - dijo el realista, con media sonrisa -, que suena muy bien, pero es imposible.
Allí se acabó, más o menos, la conversación de cara al público. Los indiferentes notaron que mucha gente empezaba a pasar a la discoteca y la entrada a esta se vaciaba. Y como no querían quedarse solos como unos margis, entraron en la discoteca sin haber sacado nada en conclusión de todo aquello. Su cabeza, respecto a la inmigración, no había descubierto nada. Ni siquiera recordarían, y no por alcohol sino por interés, en que consistirían las tesis defendidas. Sabían que había algo sobre lo que saber, pero no sabían nada. Y hoy era la inmigración, la semana pasada el aborto y la próxima los nacionalismos. Todos sabían que había un problema pero ¿Y qué hago yo si este realista me demuestra que el problema me supera? ¿Y cómo voy yo a resolverlo sino me importa?
Los tres teóricos del grupo, que no tenían tanta prisa, se separaron un poco del grupo, porque aun pensaban en todo lo que se había comentado. Y entonces la intelectual lo vio claro, entendió todo lo que había pasado. Su duda había llevado a la derrota al utópico. Y su duda había condenado a sus ideas a nunca entrar en las cabezas de los indiferentes, que solo las aceptarían si veían que tenían el apoyo de un intelectual:
- Realista, utópico, acabo de pensar... Acabo de pensar que la inmigración se puede arreglar si, yo que sé, por ejemplo con su integración en los medios para que sí los veamos como vecinos. Si acercamos y fusionamos culturas, si perseguimos o denunciamos las ideologías que marginen o se aíslen. Si mostramos los beneficios de la convivencia y si hacemos entender que no tenemos trabajo no porque lo tenga un inmigrante sino porque un empresario no puede o no quiere contratarnos. Además ahora mismo el problema es la emigración y la insostenibilidad de las pensiones, y ahí viene bien que haya inmigrantes... No sé.
- Ya, bueno. Voy y se lo digo a los indiferentes que seguro que ahora están en plena efervescencia cerebral ahí, en la discoteca, como borregos ¿Va? - dijo irónico el realista -.
- Realista - contestó la intelectual - tu obsesión... tu obsesión por los problemas y mi duda excesiva han provocado que todos esos indiferentes se acuesten hoy sin saber nada más de inmigración. Y el utópico no tiene la solución, vale, porque no hay soluciones exactas para estas cosas... Pero... Pero algo hay que hacer con los problemas. El utópico solo ha puesto en marcha nuestras cabezas, pero no a tiempo, por desgracia. Pero equivocarse tampoco es que sea simplemente un error. Es solo un paso adelante mal dado que debe acompañarse de otro mejor y mejor dado, ¿sabes? Tú método de negarlo todo nos libra de cagarla, bueno, pero no soluciona nada, y eso es un grandísimo error. La forma en que hablas, en que contestas, la facilidad que tienes para deshacerte de los problemas al convertirlos en cosas más fuertes que tú y que yo...
- No sé... Hombre, yo tampoco intento...
- No me tomes por tonta, realista, ya sé que tu intención no es que las cosas sigan como están. Pero tienes que hacer algo más que identificar los problemas, que se te da muy bien. Tienes que ayudar a resolverlos. Tienes que... bueno, mira, luego hablamos que esta gente se nos está yendo.
- Va, tranquilos los dos, pensaré... pensaré en esto. Perdona tú si te...
- Nada - dijo el utópico
No pasó nada aquella noche, ni al día siguiente ni al anterior. Porque todo esto no era más que una ficción, un cuento, un invento. No existe la tal intelectual, ni el utópico ni el realista, son todos producto de mi cabeza. Pero seguro que en tu cabeza existe gente parecida con problemas parecidos. Y hay problemas que se resolverían con tan solo saber de su existencia.
"Si no eres parte de la solución, eres parte del problema ¡Actúa!"- Vladimir Illich Ulianov, Lenin
Él estaba pensando siempre en lo mismo, que no le gustaba aquel lugar. Tampoco aquel sábado le gustaba, pero siempre iba, siempre se emborrachaba y siempre lo disfrutaba. Sus opiniones se alimentaban unas a otras. A pesar de que no las recuerdo bien ahora, tenían cierto nivel. Analizaba el problema, se cebaba en el problema, todo giraba en torno al problema o, en cualquier caso, a los problemas que surgían de su solución. A parte, solía decir: "la gente que viene aquí es idiota, honestamente", "vaya mierda de aspiraciones tienen en la vida, la verdad" o "es que por la puta sociedad y cómo es estamos como estamos". Y todas eran tan parecidas que a sus amigos no les molestaba demasiado el repetitivo sonido de su voz, la música les permitía oírle sin atenderle. Ya le conocían, era el realista.
Tenía su barba de tres días y el pelo peinado sin mucho ahínco, aunque peinado. Pero su mirada se clavaba en los ojos de todo aquel que osara contradecirle. A nadie le causaban mucha simpatía sus argumentos repetitivos y agobiantes, pero la mayoría prefería ignorarlo "porque es un coñazo". Pero lo cierto es que temían discutir con el realista porque lo hacía muy bien. Tenía como objetivo la aniquilación absoluta de cualquier opinión disidente mediante el dialogo guerrero. Nadie le tosía excepto dos personas en el grupo: el utópico y la intelectual. El utópico no podía evitar soltar su idea, siempre nueva, siempre por perfeccionar, siempre criticable. La intelectual, por otro lado, era la representación humana de la palabra "prudencia". Era tan prudente que aunque nunca daba un paso sin meditarlo, nunca se quedaba quieta ante un problema
Y luego estaban el resto: los indiferentes. Gente que se aceptaba a sí misma, simplemente. El realista les veía como otro problema, el utópico como inocentes y la intelectual pensaba que eran ingenuos e ingenuas. Cierto filósofo habría dicho de ellos que no son más que "hombres-masa", gente que no se escandaliza ni se preocupa lo más mínimo ante su mediocridad, que no desea nada más que "ir tirando", el mayor exponente de nuestro tiempo. Entre ellos los llamaban "amigos". Los indiferentes sabían que las cosas malas pasaban, pero ni las denunciaban como el realista ni se inventaban soluciones como el utópico. Vivían parcialmente apartados de toda esa angustia. A veces se decían a sí mismos que otro lo arreglaría y a veces que no había nada que hacer. En ellos estaba la clave:
- Pues lo estoy pensando y... - dijo el utópico, tímidamente, como hacía cualquier sábado por la noche, cuando aprovechaba para exponer sus reflexiones más profundas - ...y el problema de los inmigrantes es más sencillo de lo que parece...
Casi nadie le escuchó, todos siguieron hablando sobre el nuevo temazo musical en alza, sobre los ligues más recientes y sobre la pelea que había revolucionado el final de un partido en el barrio anteayer. El realista, que lo tenía "tan calaíto", como él decía, fingió no haberle escuchado pero se quedó atento. La intelectual, interesada y compasiva con el pequeño vacío que siempre le hacían cuando sacaba un tema parecido, acabó diciendo:
- ¿Qué piensas, utópico?
- A ver, el problema es básicamente que no nos mola aceptar inmigrantes mientras haya necesidad en nuestro país ¿no?
- Supongo, tampoco lo he pensado tanto como querría ahora mismo
- Da igual, intelectual, el caso: que no queremos dar mientras no tengamos - Poco a poco, algunos de los indiferentes clavaron su oreja en la conversación, siempre a la distancia, siempre conscientes de que aquel no era su tema -. Así que se crea tensión, los inmigrantes se marginan, todos se pelean y hasta llegamos a las manos
- Claro, todos nos acordamos de cómo se insultaron en la pelea de anteayer al equipo de los colombianos y al equipo de chavales del barrio - la intelectual, que no era llamada así por nada, captó la atención de los indiferentes hablando de lo que a ellos les interesaba -.
- ¡Sí - dijo un indiferente -, se llamaban "sudacas" y "nazis" los unos a los otros! Fue to cebao. Yo me cagué
- Si ejque - dijo otro indiferente - son unos notas los dos equipos, no me jodas. Taba clarísimo que se liarían a hostias.
- Pues eso - recondujo el utópico - la cosa está fatal. Pero si se organizaran actividades que no... como que no enfrentaran a unos con otros ¿Lo pilláis?
- Sí
- Más o menos
- Como que fueran actividades para que trabajaramos más en equipo. Y si se aseguraran de que los inmigrantes fueran más como gente de este país. O sea, que cuando ellos tuvieran trabajo no pensáramos que se lo han dado a alguien como en plan malo, sino que se lo han dado a una persona como que convive con nosotros y ya está. O sea, que no se pensara que nos quitan el trabajo, sino que simplemente lo cogen. Y además se les integrara más con programas y tal para que no se aislaran porque ahí como que se generan todos los malos rollos.
- Claro
- Claro - Repitieron un par de indiferentes
- Bueno... - dijo la intelectual, que no se pronunciaba tan rápido a favor de la idea.
- Utópico - irrumpió el realista entre la acelerada euforia -, eso que dices suena muy bien, pero me parece una mierda, la verdad.
- ¿Por?
- Mira. Pa' empezar nadie quiere dar su trabajo a otra gente porque no. Y como no nos da la gana porque hay que alimentar familias como sea pues no vamos a compartir con nadie. Y ya nos inventaremos lo que sea para echar a los que nos pidan algo aunque seamos unos racistas, nos la va a sudar porque hay que sobrevivir. Y sobrevivir va antes de la compasión, siempre. Y dudo mucho que todos los inmigrantes se quieran integrar en todos esos programas.
- ¡Pero no es compasión! Tú no le quitas el trabajo a tu vecino porque ¡joder! es tu vecino. La cosa es que veas al otro como vecino - se defendió el utópico-.
- Pero, en parte, tiene razón, utópico - dijo la intelectual, condenándole sin saberlo -. Muchos inmigrantes pueden no querer integrarse y veo muy difícil eso de aceptar al inmigrante como a otro vecino más. Además la crisis podría hacernos dudar incluso de si podemos respetar el trabajo de nuestro vecino.
- Pues eso, macho - dijo el realista, con media sonrisa -, que suena muy bien, pero es imposible.
Allí se acabó, más o menos, la conversación de cara al público. Los indiferentes notaron que mucha gente empezaba a pasar a la discoteca y la entrada a esta se vaciaba. Y como no querían quedarse solos como unos margis, entraron en la discoteca sin haber sacado nada en conclusión de todo aquello. Su cabeza, respecto a la inmigración, no había descubierto nada. Ni siquiera recordarían, y no por alcohol sino por interés, en que consistirían las tesis defendidas. Sabían que había algo sobre lo que saber, pero no sabían nada. Y hoy era la inmigración, la semana pasada el aborto y la próxima los nacionalismos. Todos sabían que había un problema pero ¿Y qué hago yo si este realista me demuestra que el problema me supera? ¿Y cómo voy yo a resolverlo sino me importa?
Los tres teóricos del grupo, que no tenían tanta prisa, se separaron un poco del grupo, porque aun pensaban en todo lo que se había comentado. Y entonces la intelectual lo vio claro, entendió todo lo que había pasado. Su duda había llevado a la derrota al utópico. Y su duda había condenado a sus ideas a nunca entrar en las cabezas de los indiferentes, que solo las aceptarían si veían que tenían el apoyo de un intelectual:
- Realista, utópico, acabo de pensar... Acabo de pensar que la inmigración se puede arreglar si, yo que sé, por ejemplo con su integración en los medios para que sí los veamos como vecinos. Si acercamos y fusionamos culturas, si perseguimos o denunciamos las ideologías que marginen o se aíslen. Si mostramos los beneficios de la convivencia y si hacemos entender que no tenemos trabajo no porque lo tenga un inmigrante sino porque un empresario no puede o no quiere contratarnos. Además ahora mismo el problema es la emigración y la insostenibilidad de las pensiones, y ahí viene bien que haya inmigrantes... No sé.
- Ya, bueno. Voy y se lo digo a los indiferentes que seguro que ahora están en plena efervescencia cerebral ahí, en la discoteca, como borregos ¿Va? - dijo irónico el realista -.
- Realista - contestó la intelectual - tu obsesión... tu obsesión por los problemas y mi duda excesiva han provocado que todos esos indiferentes se acuesten hoy sin saber nada más de inmigración. Y el utópico no tiene la solución, vale, porque no hay soluciones exactas para estas cosas... Pero... Pero algo hay que hacer con los problemas. El utópico solo ha puesto en marcha nuestras cabezas, pero no a tiempo, por desgracia. Pero equivocarse tampoco es que sea simplemente un error. Es solo un paso adelante mal dado que debe acompañarse de otro mejor y mejor dado, ¿sabes? Tú método de negarlo todo nos libra de cagarla, bueno, pero no soluciona nada, y eso es un grandísimo error. La forma en que hablas, en que contestas, la facilidad que tienes para deshacerte de los problemas al convertirlos en cosas más fuertes que tú y que yo...
- No sé... Hombre, yo tampoco intento...
- No me tomes por tonta, realista, ya sé que tu intención no es que las cosas sigan como están. Pero tienes que hacer algo más que identificar los problemas, que se te da muy bien. Tienes que ayudar a resolverlos. Tienes que... bueno, mira, luego hablamos que esta gente se nos está yendo.
- Va, tranquilos los dos, pensaré... pensaré en esto. Perdona tú si te...
- Nada - dijo el utópico
No pasó nada aquella noche, ni al día siguiente ni al anterior. Porque todo esto no era más que una ficción, un cuento, un invento. No existe la tal intelectual, ni el utópico ni el realista, son todos producto de mi cabeza. Pero seguro que en tu cabeza existe gente parecida con problemas parecidos. Y hay problemas que se resolverían con tan solo saber de su existencia.
"Si no eres parte de la solución, eres parte del problema ¡Actúa!"- Vladimir Illich Ulianov, Lenin
Comentarios
Publicar un comentario