Nuestro propio jefe

Vivimos en tiempos intolerantes. Es notorio que esta época amaneció entre promesas de un mundo más tolerante, más diverso, donde unos y otros encontrasen un lugar digno e incluso cómodo en la sociedad. Concretamente, los otros más que los unos, pues ya les tocaba. Qué cosas, la tolerancia se ha torcido en todas direcciones. La simpatía de los unos se agrió, de ver a los otros exigir, exigir, cada día algo nuevo, algo tan desconocido para los unos como indispensable para los otros. La paciencia de los otros escaseó, convirtieron, conforme no obtenían aquel lugar digno, sus reproches en requisitos. Fingimos que esto aún no es así, que somos más tolerantes hoy que hace quince años. Y en los corazones de cada uno, hemos contratado a nuestro propio jefe. Ahora bien, ¿de qué estamos hablando?

Hablo de corrección política, perdón por la poesía. Hablo de aquello sobre lo que se siempre se opina en contra pero siempre se vive a favor. Me refiero al parcelamiento individualista e ideológico que ha hecho el mundo de la gente que no piensa similar a cada uno y me refiero también a la aceptación sumisa de esta intolerancia, de la nueva distancia entre uno mismo y los que de pronto no caben en la vida de uno. Digo aceptación sumisa porque la corrección política es sobretodo silenciosa. Nuestras represalias, la forma en que sacamos a unos y otros de nuestras vidas, es discretísima, tanto que nosotros mismos apenas nos percatamos ni le prestamos atención al alejamiento de amigos que utilizan tales palabras malsonantes o que se ofenden si se les acusa de tener ciertas posiciones políticas ¿Quién gestiona estos silencios que nosotros queremos ignorar? El jefe.

Efectivamente, la consigna neoliberal de "aspirar a ser nuestros propios jefes" ha calado, pero no para emprender empresas. La gente lleva un jefe para que le diga a quien tiene que despedir. Asomado sobre nuestro corazón, dicta lo que nos genera rechazo, las palabras que tendrían que haber empleado los demás, las orientaciones sexuales que nos dan pereza, los trabajos que debe tener la gente a nuestro alrededor. Cosas raras, excéntricas, pero determinantes para decir "amigo", "incorrecto", "uno" y "otro". El jefe tiene órdenes que él entiende mejor que nosotros. No sabemos por qué hay que tomar distancia de alguien que nos diga que es vegano, o de alguien que utilice la palabra "maricón" sin permiso, pero el jefe sí.

 


 

Según qué frases hechas se usen, se estará en un bando u otro. Lo increíble es que el jefe no da explicaciones, casi nunca nos paramos a pensar si nos parece bien rechazar a alguien, si toca revisar nuestros baremos. Eso lo piensan por nosotros y este nos lo transmite. En esta empresa, como en la batalla, los pocos declaran la guerra y los muchos van a pelear en ella.

El resultado es, a primera vista, un mundo ultrasensible, muchas ofensas, muchas injusticias. Tonterías, cháchara, lo importante de la corrección política no es ofender ni ofenderse. Si afinamos vemos que lo importante es el tribalismo. La gente se preocupa de encontrarse allegados que compartan sus sensibilidades, así que esto de la ofensa solo dura hasta que te separas de los ofensivos. Lo importante es la separación, es que hay hijos que no quieren tener conversaciones con sus padres, compañeros de clase que no se conocen y millones de personas que, en circunstancias normales, se enamorarían, pero su jefe lo prohibe.

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