Verdades como puños

Pensaba hacer ya mi última entrada para el blog, para la cual os tengo preparados, si todavía alguien me encuentra, una entrada explosiva, pero me ha surgido un tema que no puedo obviar: la verdad.

Habrá sido porque recientemente haya visto "Mentiroso compulsivo", sí, la de Jim Carrey, y a parte de graciosa me ha parecido que tenía escondida una idea muy interesante desde el punto de vista filosófico: Las mentiras nos tienen maniatados.

Estan por todas partes. El respeto consiste en la falsedad, nuestras amistades más cercanas se sostienen en algún que otro secreto que tememos revelar, las amistades con simples conocidos se basan en la continua reproducción de mentiras  acerca de lo que nos gusta la ropa, el peinado o los accesorios que llevan hoy o su peso los últimos días. Y todos estos pequeñitos "pecados" sin importancia nos cegando en una realidad borrosa en donde ya no recordamos ni siquiera qué nos gustaba, qué no o qué nos daba igual.



¿Por qué mentimos? Yo diría que como instinto defensivo, para evitar cagarla y decepcionar al que nos escucha. Para tener una intimidad, tener secretos, cosas que solo nosotros sepamos, para no ser públicos. Para tener la realidad a nuestra disposición y no ser esclavos de ella. Para escapar de la incuestionable y omnipotente verdad. Digo yo.

¿Pero realmente nos gusta mentir? Creo que no, que solo es una ilusión propia ¿A quién no le cabrea tener que fingir alegría cuando algo nos corroe las entrañas, cuando nos hacen una putada y tenemos que fingir que seguimos siendo felices? Nos encantaría levantarnos un día e insultar a nuestro jefe, a nuestro profesor o, incluso en ciertas ocasiones, a nuestros padres. Golpearles con la verdad, decirles en qué se equivocan siempre o simplemente qué odiamos de ellos. Gritarles en su cara, porque la verdad se puede gritar y aliñarse con insultos y mientras no se exagere sigue siendo verdad, para ver como reaccionan enfrentándose a la realidad. Pero ese es el problema, que no soportamos la verdad, necesitamos la mentira.

Necesitamos a gente que nos diga que hoy nos vemos muy guapos con la ropa que llevamos. Necesitamos fotos en las que salimos perfectos para enseñar a nuestra gente que no somos tan feos, gordos o simples como la televisión nos hace creer. Necesitamos que nuestra pareja emocional nos diga que a pesar de los meses o años que llevamos con él o ella nos ama aún más que el primer día sin saber bien cómo. Necesitamos que nos digan que eso que estamos haciendo con tanta dedicación está dando sus frutos, como adelgazar, sacar buenas notas, hacer algo artístico o superar una depresión. Pero por encima de todo eso, necesitamos que no sean violentos con nosotros, que nos traten como la figurita de cristal que es nuestra autoestima. La realidad es violenta, no queremos saber de ella, no mientras podamos vivir en la villa de la ilusión donde todo está saliendo realmente bien últimamente. Casi podemos creerlo, que somos tan guapos, tan increíbles, tan completos, tan interesantes, tan buena-gente, tan graciosos, tan enamorados, tan vivos... Casi.

La realidad es la que es, si te acostumbras a otra cosa, te parecerá horrible, pero llega a ser hasta irreemplazable. Y el hecho de que algo sea sincero le da mucha fuerza, eso de no tener que pensar en si somos queridos tanto como nos hacen creer, eso de conocer en qué tenemos que mejorar y poder ser mejores, eso es vida, eso es verdad. Di la verdad para ayudar a los tuyos a ser mejores, aunque algunos te odien por ello, probablemente no tengan el valor para decírtelo. Enfrentarse a la verdad y abandonar la mentira nos hace dejar de ser perfectos con un patético fondo para convertirnos en gente patética con un fondo de valentía.

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