Don Quijote y Rocky Balboa

Dos veces se cuenta esta historia, que un hombre embiste el brazo del destino para torcerlo a voluntad. Dos millones de veces se ha contado, sin que nunca se cuente del todo ninguna historia, para dejar hueco a la próxima vez. La historia del hidalgo de La Mancha y el púgil de Filadelfia son la repetida canción de una pugna obstinada con lo realista. Para el primero hay derrota en su libro y para el segundo hay victoria en su película, pero podría decirse que se invierten los términos en la realidad.



Aviso, este artículo escrito demasiado rápido, hay claves argumentales para quien no quiera verlas y hay también un juego confuso entre la realidad y la ficción, que se mezcla como se completa una historia con sus repercusiones en quienes la escuchan.

El primero, el campeón de los manchegos, orgullo desmesurado de su tierra. Ha leído tantos libros de caballeros, y ha visto que ellos son la virtud y lo que sostiene la justicia en sus mundos, que quiere más que nada llevarlo al suyo. Sacrificaría todo por su causa: su hacienda, su vida, su salud y lo necesario porque España disponga de un héroe aunque no lo esté pidiendo. El impacto que tiene en su mundo es el desconcierto, que después se convierte en burla y, en breves instantes de la obra, en admiración. Don Quijote muere en El Quijote, como es deseo de su autor, que pretende ridiculizar las obras de caballería exageradas al ponerlas frente al espejo de la realidad y lo ridículas que se verían puestas en él. Pero desde el reflejo la ficción ofrece la imagen de la que toma su medida la realidad, escapando al propósito inicial.

Don Quijote es derrotado en su ficción. No solo muere triste y retirado, no solo desposeído de la razón de ser de su existencia, sino renegando de forma clarividente de ella. Ya Alonso Quijano les dice a todos los suyos que ha sido un loco, y estos lloran al ver que lograban justo lo que tanto deseaban, pagando el precio de perder al loco cuando perdió su locura. Dice que nadie debería hacer caso de las sandeces que dicen los libros de caballería y que todo su legado es su estupidez. Pero tras esta victoria cervantina ha acabado por decantarse en triunfo quijotesco.

Primero con una acogida sin precedentes, que terminaría por sobrepasar a cualquier obra de caballería. Todos los que lo leían morían de la risa y después se admiraban de las razones y propósitos de la estrella y norte de la andante caballería. Después, la obra se ha encumbrado como una de las estrellas, por su complejidad y buen envejecimiento, de la literatura universal, príncipe de la lengua española que une a cientos de millones. Y finalmente, cuando hubo que retratarla en estatuas, en calles, en museos, en homenajes y en lo necesario, la gente olvidó al loco y recordó solo al caballero andante. Solo armado se retrata al hidalgo, solo sus frases brillantes (y no las ridículas) son citadas y su locura se ha romantizado. Tanto, que quien habla del Cid Campeador en dos frases está hablando de la mediocre realidad mercenaria que esconde; pero quien habla de Don Quijote, en dos frases está alabando su locura y su ingenio. Incluso Cervantes, que pretendía ridiculizar a los justicieros, ha sucumbido a su hombre y ahora es solo un apéndice de la gloria de su creación. No es dueño sino dominado por la leyenda. No es más a los ojos del público que lo que se supondría que sería el no más ficticio Cide Ben Hamete, solo el adorno de un sabio que trajo la historia del héroe póstumo.

Rocky Balboa tiene mimbres menos pretenciosos que la segunda parte del caballero. Si consideramos su primera entrega, y al resto solo como capítulos puntuales, nos encontramos otra vez esa historia del hombre al que su sociedad olvida dejado en moldes donde no cabe la virtud de su propósito. No es tan distinta, excepto en que uno no desea llorar cuando acaba la película. También Rocky pierde contra el otro púgil, pero solo importa que haya vencido al primer paladín de esos moldes mediocres: él mismo. No solo con duro trabajo se siente triunfador por haber dado un combate digno al campeón mundial. El principal motivo de este sentimiento es haberse demostrado que vale para algo más que ser otro gris, incluso si no ganó específicamente. Hizo lo que quería hacer, lo que tenía que hacer para hacerlo y demostró equivocarse a los realistas que negaban su capacidad.

Su impacto en la realidad (Rocky tiene estatua en Filadelfia) es más discreto, pero vale una reflexión sin duda. Sus películas mueven del sofá a la carrera a miles; a algunos los habrá lanzado a metas quizás vitales. Incluso se le han concedido un buen puñado de nuevas entregas para demostrar una sabiduría inesperada para un personaje simplón en películas con dramas inesperados para lo que se espera de ellas. Pero cualquiera diría que es insípido el bocado de victoria que ofrecen a su audiencia. Su repercusión en la realidad es de una motivación algo más graciosa que un café o cualquier otro estimulante. A pocos le ha cambiado la vida ver esta obra, con un personaje al que sí se le concedió en su ficción llevar su propósito hasta el final, pero solo de una forma plastificada en la realidad.

No tiene menor merecimiento el boxeador que el de la Triste Figura. Ambos hablan con la sabiduría que se le pide a la cultura, otro más extensamente y pronunciándose sobre cada tema que atormenta al ser humano.Ambos merecen ser vistos, quizá uno por un siglo y otro por tres milenios. Después de todo comparten un mensaje: haz lo que debas. No creas que cualquier cosa es posible tan solo por desearla, ni siquiera por trabajar como un esclavo por ella, pero es importante que lleves a cabo un propósito si no te gusta la existencia en que te veas confinado.

Todos tememos por nuestra vida. No por nuestra muerte, que es cierta; sino por si merecerá vivirse nuestra vida la llevemos como la llevemos, que es incierto. El propósito de estas historias, que volverás a ver repetida tantas veces, solo será advertirte de que es para todos ser valiente. Coraje para los que desean cambiar a sí y al mundo, que pensar en el fracaso de estas empresas no es sino un mayor fracaso, y abrazarlo es el éxito.

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Sin ser esta mi opinión, prefiero dejarla como creí entenderla y no adulterar con mi entendimiento moderador. Es cosa buena el coraje, es cosa buenísima un propósito; también dar de comer todos los días.

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