La humana capacidad de decidir

Ser el rey de la evolución, o tener la iniciativa en la consecución de la corona, implica no pocos ni sencillos retos a la raza humana. La capacidad de ser autoconsciente, compartir importantes reflexiones o transmitir la felicidad y el arte a millones de los tuyos a lo largo del planeta son cosas que nos reservamos; también las bombas atómicas, el existencialismo o las guerras, pero no vienen al caso, no penséis en ello. Hablemos de decidir, del proceso que lo construye y dividamos esa tarta en tres pedazos: economía, política y cultura.

Suenan intrusas estas tres últimas palabras, pero vayamos a un ejemplo fácil de decisión. Podemos pensar en decisiones como una declaración de amor al deseado, como la elección de una carrera profesional. Son válidos, pero es más claro en algo comunitario. Por ello pienso en un grupo de amigos que debaten toda la tarde del sábado donde pasarán la noche. Pienso que entre ellos hay rencillas viejas y también parejas de mayor amistad. Están cansados de ir a la discoteca clásica, rancia y agobiante a la que siempre van. Pero a la hora de proponer una alternativa: unos quieren quedarse en casa para festejar en la intimidad y otros quieren ir a bares de estética más moderna y relajada. Nace la discordia, pues un amigo se pasa de bando solo por ver a su otro mejor amigo en él, también porque no se haya tenido en cuenta que el presupuesto de algunos solo alcanza para la discoteca o para la fiesta íntima, también porque los que albergan rencores entre ellos se sitúan en bandos opuestos y la elección de alguno podría verlo el otro como una injusta venganza.

Finalmente uno de ellos, el que suele tomar las decisiones, dice que prefiere ir a la discoteca. No dice por qué, apenas señala alguna oferta o avisa de gente cercana a ellos que va a acudir. El resto aceptan, lo ven lo más sensato, los que replican apenas lo hacen con algún silencio  o frases incompletas a las que les falta la acusación intuíble. En el corazón de todos esos amigos prevalece el sentimiento de mantener el grupo unido, no dividirlo ni enfrentarlo, por ello se recordarán los unos a los otros las virtudes de una triste discoteca y quizás traigan a la memoria anécdotas fantásticas de ese lugar. Así han decidido mantener el rumbo hacia la discoteca rancia. Alguno de ellos se va dando cuenta de que aunque esto sea lo más sensato, pronto será necesario encontrar alternativa o las tensiones del grupo acabarán con él.

Tal como yo lo veo, la necesidad de mantener el grupo sin enfrentamientos es una razón económica para estos muchachos; el acto de elegir de nuevo la discoteca es la decisión política que entre todos han escogido; y el recordar las cosas buenas de la discoteca (aun cuando no les gusta), junto al folklore propio de este lugar (las fotografías, el alcohol, el encuentro con conocidos) es la justificación cultural para acabar yendo. El esquema que veo, pues, para tomar cualquier decisión sería:

Economía [razones profundas] -> Política [actos realizados] -> Cultura [justificación pública]

Es un modelo fácilmente aplicable, creo yo. Supongamos que uno de esos chavales, un muy firme detractor de la discoteca, piensa que no quiere volver ahí de ninguna de las maneras, incluso que con su acto desea empezar a movilizar al grupo hacia ello. Pues seguramente lo oculte porque nuestras razones [económicas] solemos guardárnoslas y lo que haga sea decir que no puede, que esa noche no le apetece nada porque esto es más [culturalmente] aceptable. Supongamos que los estados de la Unión Europea deciden que es urgente ayudar a Libia en su lucha contra el terrorismo para, dicen, demostrar su compromiso con los derechos humanos. Quizás no lo digan, pero quizás lo hagan para cortar la sangría de inmigrantes ilegales que cruza desde allí el Mediterráneo desde que la guerra se apoderó de Libia y que ahora avergüenza a los europeos.

Esto de que la gente acostumbra a guardarse los verdaderos motivos por lo que hace algo y los justifica con cosas clásicas de él, cosas que son solo imagen, bueno, pues eso es probable que ya lo supierais. Es posible que notéis que no soy el primer explorador en llegar a esta tierra, que ya el alemán Karl Marx apuntaba que todos los sistemas para organizar sociedades tenían una superestructura económica que luego da lugar a estructuras políticas y culturales condicionadas por la primera. La utilidad de lo que señalo no pretende ser más que esas grandes complejidades a escalas interestatales nacen de prácticas individuales, son reflejo de que todos nos guardamos nuestros motivos, queremos aparecer como gente honesta y nos acostumbramos a actuar en entornos donde la verdad es un recurso extraño.

Este modelo explica también porque convence poco el otro filósofo alemán, Inmanuel Kant, cuando dice que todos nuestros actos deben ser universalizables, para que nunca caigamos en el error. Algo así como atarse por completo a nuestra cultura y no actuar jamás priorizando la economía. Esto parece insensato porque sin no seguimos causas propias nos falta algo, seguramente lo racional de nuestra existencia. No obstante, todos le debemos mucho a nuestra cultura y fallarle es algo que nos puede pesar hasta hacernos ver como traidores a una identidad propia, lo emocional que a veces nos engancha por lo romántico y nos hace actuar solo para ser fiel a uno mismo.

¿Por qué no decimos siempre la verdad y nos hacemos desde ahí nuestra cultura? Bueno, lo cierto es que la mayor parte de las veces decimos la verdad. Pero cuando no lo hacemos, la ocultamos o la alteramos, también reconocemos adaptación al mundo en el que vivimos y aprovechamos recursos que nos parecen legítimos. No obstante, la verdad no deja ser, precisamente por su escasez, un recurso que merece nuestra admiración.

La verdad es siempre revolucionaria - V. I. "Lenin" Ulianov

En la verdad, en desvelar las razones propias o del contrario hay belleza, hay valor y una cierto respeto para el que ha hecho lo que todos debiéramos hacer. No es algo sencillo a corto plazo, pero si a largo (mientras que mentir lo es a corto, pero difícil de mantener creíble a largo). La verdad cuesta encontrarla, aunque una vez dicha en el tono correcto convenza por sí misma, equivocarse o dar la explicación o acusación clásica (la que se correspondería con nuestra cultura) no causa verdadero efecto. La repetición de mantras, por ejemplo, entre partidos políticos necesitan de un esfuerzo prolongado y una mínima base para que acaben calando. La verdad, creo, golpea con tal fuerza que una vez basta para derribar altos muros. Que el Partido Popular es un partido corrupto hace un daño leve a este partido, más para crear una imagen (cultural) que perjudique al partido. Que, tras ocasiones como el escándalo del ministro de interior, se diga que sitúan traidoramente primero a los suyos y después al país, tratándonos de idiotas, creo que les haría más daño. El caso es que opino, y me podré equivocar, que quién desee iniciar una revolución necesita cargar sus armas de verdad. El que quiera cambiar el mundo, que desvele por qué hacemos ciertas cosas, que ridiculice con qué las justificamos y muestre un nuevo camino que una a un tiempo economía, cultura y política.

El mundo de hoy el día ha fallado a su economía. Puede parecernos que tras la crisis del año 2008 antepusimos razones económicas a las culturales, pero creo que pecamos de ingenuidad si lo viéramos así. El mundo ha desarrollado desde la década de los 80 un amor por la especulación, una cultura que ponía en valor a quienes producían dinero en lugar de productos y un desprecio por quienes se unían para cambiarlo y las ideas que les animaban que llegados a la hora de la verdad no fuimos capaces de responder a la causa que necesitábamos. Los gobiernos del mundo decidieron rendirse a la cultura de que pase lo que pase, los banqueros no pueden caer, no se les puede castigar y todo intento contrario debe ser desautorizado. Pero esto no quita que tenían la ocasión de salvar su prestigio ante el electorado además de recuperar poder arrebatado por los sectores financieros. Quizás hubo lobbies, riesgos o demás amenazas que no quisieron correr, pero a mi parecer todos los gobiernos saben hoy que no se ha hecho lo que se tenía que hacer durante la crisis, así se ponga en valor mil veces la estabilidad y la opinión de expertos tramposos. No veo qué puede salvarnos de una nueva crisis similar si nada se ha corregido tras esta.

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