¿Bailas conmigo? ¿Follas conmigo?

Todo lo que me después dijo fue: "si crees que esto se hace así tienes un problema". Vaya que tenía un problema, maldita loca, tengo tu problema. Yo, Carlos Casavino, soy un individuo completamente normal, digan lo que digan, el problema lo tenía ella y su manía de complicarse la vida. Ella, la chica del vestido verde, no parecía entender como hago yo las cosas. Mi estilo de vida se resume en una frase: no hago lo que no entiendo. Por eso parezco agresivo, porque cuando me presionan a hacer otra cosa, tengo que abandonar el lugar. Por eso cuando la chica del vestido verde se acercó a mí y me dijo: "Hola, guapo", yo no pude ni siquiera decir mi nombre y directamente la besé. Juro que fue un beso tierno, que solo hubo labios, que no mordí ni agarré ni hice nada malo. Pero ella se apartó tras dos segundos, me miró como a un criminal y me dijo aquello. Yo no supe que hacer. Tartamudeé un patético: "yo, yo, yo... yo... ¿yo, otro beso? ¿Bailas conmigo? ¿Follas conmigo?" y cuando afiló su mirada de sentencia, no pude soportarlo. Me fui de aquel lugar gritando y corriendo. Tan rápido que no pudieron alcanzarme. Ni la chica del vestido verde, ni el portero de la discoteca, ni mis amigos, ni los pensamientos de toda esa gente, ni tampoco las ideas de que Carlos Casavino está loco.

Siempre es la misma carrera. Llego corriendo al final de la ciudad y me doy cuenta de que es suficiente, que tengo que volver a casa. Cuando me doy la vuelta, no hay gamberros ni atracadores típicos de las afueras a esas horas de la madrugada ¡Qué va, esos se compadecen de mí! Lo único que quedan son todos los pensamientos que he dejado atrás en mi huida, esperando a asaltarme cuando no tenga nada en lo que pensar más que en ellos. Primero, por supuesto, va mi novia, Amelia. El pensamiento de Amelia viene fragmentado en dos:

- Hola, Amelia T.
- ¡Hola, Carlos! Vengo a decirte, otra vez, que me gustan las sorpresas. Me gusta experimentar cosas nuevas. Soy aficionada a todo lo que sea arriesgado. ¡Hola, Carlos! Vengo a decirte, otra vez, que me gustan las sorpresas...
- Venga, Amelia T., ya sé cómo funciona. Lárgate, estás en mi cabeza.
- ¡Hola, Carlos! Si solo estoy en tu cabeza, entonces no hay consecuencias. Me echas de menos. Si no, no estaría aquí. Quiero algo arriesgado y tú sabes qué hacer.
- Bien, acabemos pronto... Amelia T., te echo de menos - dije en un tono falso y forzado -. Quiero reconciliarme. Te quiero y quiero quererte aquí mismo. Quiero que lo hagamos en cualquier rincón cerca.
- ¿Cómo? ¿Tienes algo de maldito sentido común? ¿De verdad quieres hacerlo aquí?
- Hola, Amelia P.
- ¿Hola? ¿Eres un animal o que te pasa? No puedo entenderte a veces. Hay unos procedimientos, unas normas, unos preparativos.
- Cállate, Amelia P. No fuiste capaz ni de hacer una felación cuando te lo pedí.
- ¡Cállate tú, salvaje! Aprende algo de lo que te digo. Esas cosas tienen que salir de dentro, necesitan cierta magia. No puedes...

Harto, cerré los ojos, agarré a Amelia P. por la cabeza y la estampé contra un coche. Pero, como era de esperar, cuando abrí los ojos solo vi mis manos temblando del dolor que les provocaba haberse golpeado con el coche y una pequeñísima bolladura en el automóvil. Qué bonitos eran mis recuerdos de Amelia Teoría. Preciosos. Solo de recordarlo se me pone la piel de gallina. Incluso hace que valga la pena, que perdone todo lo demás. Lástima que todo saliera de aquella manera.

Tenéis derecho a pensar que estoy loco. El médico me diagnosticó esquizofrenia leve. Él dice que puedo tener accesos de alucinaciones, vivir recuerdos de nuevo, desconfianza generalizada, sentimiento de compasión por el resto de la humanidad y obsesión por algún tema concreto, pero únicamente cuando me ponga nervioso por alguna razón concreta. El tema que me obsesiona es el sexo. Bueno, no, es el resto del mundo el que está obsesionado, y supongo que por eso me dan tanta pena todos esos mentirosos y por eso repito en mi cabeza experiencias relacionadas con el tema. Me río al hacer todo lo posible por confirmar su diagnóstico, por darle la razón. Aunque dice que si soy consciente de cuando alucino y cuando no, no se me puede considerar un loco, no llega a demencia. Mi padre dice que jamás he ido a ver a ningún doctor, pero quizá he alucinado que mi padre me decía eso y ahora no me acuerdo.

Mi padre... y me llamará loco ¡ese precisamente! Un hombre que me vino a felicitar en secreto después de que perdiera la virginidad justo después de regañarme me tiene que dar a mí lecciones de nada. Veréis, yo acababa de ser descubierto con mi primer amor, ya después de haber acabado, pero desnudos y abrazados sobre mi cama. Entraba mi madre en el momento en que el reloj golpeaba las once. El ruido y el momento habían relajado mi alarma previa. Gritos de desconcierto fueron variando hasta sentencias de moral. No entendí nada, claro, yo solo estaba pensando en vestirme y la pobre chica, que tenía que salir de allí pronto. Ella pudo irse rápidamente y yo tuve que quedarme al sermón. Por lo visto no podía follar con mi familia en casa, aunque no me oyeran. Vino mi padre. Y entre uno y otro diciéndome que qué me había pensado, que eso no podía hacerlo así, que había faltado al respeto a la casa. Era gracioso ver como evitaban decir "está mal follar" porque era algo que ni ellos creían. Y sin embargo buscaban cualquier tipo de variación, matiz, o condicionante que justificara que hubiese hecho algo malo. Como si no supieran que tenía que acabar haciéndolo. Dos horas después, después de cenar, viene el tontaina de mi padre y me dice: "No se lo digas a tu madre, pero me alegro mucho por ti, bla, bla... Ya eres un hombre, Carlitos bla, bla... La próxima vez pregúntame cuando va a estar la casa vacía...". El muy idiota venía a felicitarme como si se estuviera escondiendo de alguien, como si las normas de mi casa no dependieran de él. Sonreía como si hiciera algo muy pícaro y me hablaba como un niño pequeño compartiendo unas golosinas robadas o algo así ¿Loco yo, imbécil?...

Mientras volvía a mi piso, de nuevo, aluciné. Entré en un kebab para pedir algo de comida. Una decoración pobre y un ambiente lúgubre. El propietario hablaba de la liga de fútbol local con un tipo cuyo aspecto parecía de extraño por muchos años que pudieras conocerle. Lo único que se oía era una conversación sin importancia, el ruido de las máquina de kebab y la publicidad saliendo de a tele. El bar era real, pero la televisión no podía serlo. Un anuncio de limpieza trataba de simular el acto sexual entre una pareja limpiando su salón. El siguiente anuncio, de ofertas de segunda mano, culminaba cuando un comprador podía ir a comprar la oferta al piso de una chica que quería sexo con él. El que vino a continuación, de mayonesa, recomendaba el producto porque, al cuidar tu línea, cualquier mujer podría conseguir a un "yogurín" que encontrase por la calle. Uno de lentejas, al hablar de la fibra del producto, en lugar de poner auténticas lentejas, puso a un muchacho fuerte y musculoso, sin venir a cuento. Aquello, claramente, tenía que venir de mi cabeza. Me puse nervioso y el propietario se dio cuenta ¿No podría yo decirle a aquel caballero que apagara la tele? Claro, a esas horas todo lo sospechoso pasa a peligroso. Intenté relajarme mirando a la tele, donde ahora estaba el culmen de todos aquellos anuncios: uno de colonia. Un hombre guapo, atrevido, atlético, elegante y, por supuesto, ligón, obtenía a una mujer con menos dificultad de la que yo tenía para obtener un kebab. Acabada la representación, los tres últimos segundos fueron para decir el nombre de la colonia y enseñar una caja. El mensaje era: eres feo, pero si compras esta colonia, las mujeres serán fáciles como si fueras así de guapo. Y obtendrás sexo, mucho, que es exactamente lo que buscas, nadie diría que lo que te lo ofrece es una persona. Es algo con menos alma que un kebab.



Me llevé las manos a la cabeza y aceleré la respiración, angustiado por mi cabeza. El propietario hizo mi comida de forma chapucera y me cobró rápidamente. Yo ya estaba alterado, tenía asumido que iba a hacer alguna estupidez:

- Malditos anuncios... Todos hablando de lo mismo. Compra esto y tendrás sexo, ponte esto, come esto, huele a esto, conduce esto...
- Sí... Además los de colonias son los peores - dijo el propietario - y luego la gente se escandaliza por ver un pezón en directo. 

"¡Caray!", pensé, al darme cuenta de que lo de la tele no eran alucinaciones. Fue tanta la euforia que sentí al ver el respaldo de esos desconocidos, que les miré, me reí, se rieron y lancé mi kebab contra el televisor entre risas. Claro, acto seguido me echaron del bar a puñetazos, y para colmo ni siquiera logré derribar el televisor. "Nada, también están en el bando de los chiflados", me dije a mí mismo mientras volvía a casa, hambriento.

Mientras miraba las casas de todo el vecindario no dejaba de pensar en lo estúpida que me parecía aquella gente. En mi cabeza, me decía a mí mismo: "para ellos, quitarse la camiseta es un acto de bravura y significa exhibir un producto que podría proporcionarte sexo. Un hombre que invita a una mujer a un buen restaurante significa un hombre que ha ganado por derecho moral sexo con esa mujer. Una mujer que acompaña a un hombre a cualquier lado es una interesada en que luego tengan sexo juntos. Una escena erótica en una película normal es el apogeo del interés de cualquier espectador. Para ellos, sacar a alguien a bailar, es solo seguir un protocolo que, bien llevado, llevará a sexo. Las drogas que rodean ese baile, sirven, entre otras cosas, para que bajen sus defensas (que es lo que quieren) y puedan caer en la tentación... ¡Serán idiotas, si todos sabemos perfectamente que lo están deseando! ¿¡Qué tentación, carajo!? ¿Por qué ven el sexo como un error, si no dejan de pensar en él, si es su error favorito? Ninguno ve porno, pero es la industria más popular de internet. Todos se horrorizarían si encontrasen a un amigo masturbándose, pero no tienen problema en hablar con él del tema porque piensan que son muy maduros y afrontan bien esos temas... Imbéciles":

- Bueno, eso tiene su explicación histórica - dijo un extraño, que caminaba en la misma dirección y había oído lo que decía en voz alta cuando creía que solo lo estaba pensando -. Hola, me llamo Isidro, por cierto
- Yo soy Carlos. Encantado, Isidoro.
- Es Isidr... bueno, Isi. El caso es que creo que nuestra sociedad está condicionada por siglos de represión sexual. Quizá la gente actúa ahora como si tuviera aún un padre dentro de ellos que les dice que lo que quieren está mal y por eso se cortan.
- ¡Eso estaría muy bien, y no tendría problema en que les diera vergüencilla tratar el tema! Pero resulta que no dejan de pensar en él. Desde que te levantas con una erección hasta que te acuestas con alguien o con ganas de acostarte con alguien no dejamos de pensar en el sexo. Yo, yo, yo, yo solo digo que la sociedad ¡tiene un problema, ¿vale?! - mi interlocutor, de expresión seria y voz de volver de una noche cansada, se alteró cuando se percató de los moratones de mi cara y de mis reveses de esquizofrenia - Tranquilo, no me pasa nada, es solo que este tema me afecta.
- Entiendo.
- No, no entiendes, eres otro chiflado que renunciaría a lo que más quiere por algo que no entiende ni controla. ¡Jajajaja! ¡Lo siento!
- Bueno, yo entiendo que vivo en un mundo que tiene sus convenciones, qué le voy a hacer. No me gustan, pero si vivo aquí las acepto. Intento no pensar demasiado en eso.
- ¡Pero no puedes! - había perdido el control de mí mismo. Ahora era un sujeto mucho más agresivo y contestón. Una parte de mí sentía pena por el muchacho, quizá triste por no haber conseguido sexo esa noche. Pero ahora era otra persona - No puedes porque estás constantemente bombardeado por mensajes de atención, necesidad y disfrute todos encaminados a que obtengas sexo por alguna manera, pero todos en esta sociedad se guardan su capacidad de darlo como un bien muy preciado. Es como si todos deseáramos cambiar cromos pero nos los guardásemos por un yoquesé que queseyó.
- Si pero hay más cosas en la vida, y una vez tienes esa necesidad cubierta ya no te preocupa el bombardeo. Es verdad que la sociedad se comporta de una forma rara, pero tampoco hay que volverse loco. Yo creo que si nos educaran para...
- ¿Loco? Locos estaréis vosotros, cabrones. Yo somos más que sanos respecto a ese tema. Sabemos lo que queremos.
- Bueno, yo creo que me voy por otra calle. Me piro, no quiero nada a estas horas, que ha sido una noche muy larga y yo soy buena gente.
- No has tenido sexo esta noche, ¿eh? ¿No quieres bailar conmigo?
Me lancé a por él a puñetazos sin saber por qué. Le estaba pegando como si tuviera la culpa de todo. Le pegaba como si viniera de embajador de los imbéciles, cuando solo debía ser un ciudadano más de Imbecilia. El chico esquivo tres golpes, recibió dos y me miró aterrorizado. Me dio una patada en el estómago, huyó en mi agonía y se fue como si le persiguieran mis demonios. Volví a casa riéndome a carcajadas, pensando en lo divertido que fue aquella noche y en cuanta pena me daban todos. Hasta me desnudé para lo que quedaba de trayecto a pesar del terrible frío. Al final en mi cama, solo podía pensar en la de millones de tipos como yo que esa noche se harían una paja antes de dormir como sustituto del acto sagrado, y que yo no, porque, realmente, tampoco le daba demasiada importancia a aquello del sexo.

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